domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 9

Mi Seductor Amigo
Capítulo 9

¡No hagas nada! ¡Debía estar bromeando! Marcos sintió como si le faltara un segundo para experimentar una fusión total.  ¿Qué demonios le había sucedido a la mujer fría y rígida que había besado en el aeropuerto?
E: Cielos.  Espero no interrumpir nada.
Marcos dudó de que el sonido de la voz de Elizabeth se hubiera registrado en su mente de no haber sido por el hecho de que provocó la retirada de la boca ardiente y el cuerpo cálido de Victoria que segundos antes estaba completamente pegado al suyo.  Pero incluso en el momento en que su aturdido sistema intentaba por recuperar el equilibrio, la mujer responsable de su desequilibrio emocional parecía impasible.
V: En absoluto, Elizabeth (dijo Victoria, que añadió en un susurro alto dirigido a Marcos).  ¿Lo ves? Te dije que sólo teníamos tiempo para algo rápido (le asió la mano y lo arrastró hasta donde Elizabeth se hallaba junto a un cochecito de golf).
M: Lo siento, Elizabeth —dijo él—.  ¿Hemos confundido la hora? Estaba seguro de que Frank indicó que nos reuniríamos en el bar a las siete y media.
E: ¡Oh, no, Marcos! (apoyó la mano en su brazo para tranquilizarlo).  ¡Tienes toda la razón! Pensé que lo mejor era recogerlos, por si tenían problemas para localizar el hotel.
M: Oh, hay que seguir las señales que pasamos cuando vinimos aquí por la noche, ¿no? (Victoria pensó que había planteado la pregunta con absoluta inocencia, pero cuando él le apretó el codo, volvió a sonreír y añadió) No, en serio, Elizabeth, ha sido un detalle que vinieras a buscarnos.
E: Sí lo ha sido (acordó Victoria con una mueca).  Por desgracia, Victoria, tendrás que sentarte en la parte de atrás.  Marcos estaría demasiado apretado en un espacio tan reducido...  tiene unas piernas muy largas.  Con franqueza, ser tan alto en ocasiones puede resultar un inconveniente.  No tienes ni idea de lo afortunada que eres al ser tan baja. 
Aun sin contar los tacones de diez centímetros que llevaba, el metro setenta de Victoria no la cualificaba como una pigmea.  Apenas se contuvo de señalar que Elizabeth también era afortunada, ya que su casi metro ochenta le permitía el lujo de ocultar demasiados kilos adicionales y un exceso de silicona.  Pero no quiso rebajarse a su nivel y con una sonrisa en los labios se sentó en la parte de atrás.  Elizabeth aguardó hasta que Marcos ocupó su sitio adelante antes de deslizarse a su lado, aprovechando al máximo la abertura de su vestido para mostrar su cuerpo.  Victoria no supo si se sintió asqueada o divertida por el descarado exhibicionismo de la mujer.
“¿Y Marcos había tenido una aventura con esa mujer?” pensó Victoria.

Más tarde, Victoria decidió que estaba siendo la noche más larga de su vida, y lo triste era que todavía no habían empezado el primer plato.
No hacía falta ser un genio para reconocer que Frank estaba tan estúpidamente embobado por su tercera esposa, o al menos por sus atributos físicos, que era ajeno al hecho de que ella sólo se fijaba en Marcos.  Siempre que la vista de Frank se desviaba a los pechos demasiado expuestos de su mujer, que no paraban de moverse, seguro que por el esfuerzo de respirar en un vestido tan ceñido, ella miraba con expresión tórrida a Marcos.
F: Marcos me ha dicho que lleváis casados seis meses (comentó Frank mientras le llenaba su copa de champán y a continuación la suya).  ¿Cómo te las arreglas estando casada con un hombre tan ocupado como él?  Sé que Elizabeth siempre dice que lo pasa muy mal cuando me voy en viaje de negocios, y le cuesta mucho divertirse.
Victoria se preguntó mentalmente (¿Quieres apostar algo?), pero al fin le contestó a Frank.
V: Bueno, yo también trabajo en Pintos, así que casi siempre me encuentro igual de ocupada (repuso).
M: La verdad es que Victoria trabaja demasiado (intervino Marcos) Fui yo quien se sintió solo cuando viajó recientemente.  Por eso (añadió con una sonrisa en su dirección) me sentí tan encantado cuando aceptó reunirse conmigo aquí.
E: Naturalmente, al ser la ahijada de Daniel Pintos...  (en cuanto esas palabras salieron de la boca de Elizabeth, Victoria comenzó a prepararse para defenderse de alguna insinuación de nepotismo, pero la morena no iba por ahí) imagino que habrás tenido una gran boda.
V: No (sorprendida, tardó un poco en responder), fue una ceremonia íntima y sencilla (lo cual, por desgracia, chocó con la respuesta de Marcos).
M: Sí, nos casamos en la Catedral de Buenos Aires.
E: ¿De verdad? (las respuestas contradictorias hicieron que Elizabeth sonriera como el gato de Garfield y enarcara una ceja).  ¿En la catedral?
M: Eh, sí, Victoria es católica (explicó con premura Marcos).  Y siempre había dicho que quería casarse con una misa nupcial.  Por supuesto, como yo no soy demasiado religioso, me encantó poder aceptar algo tan importante para ella (por suerte ninguno de los Prol dio la impresión de captar el sutil matiz en la voz de Marcos que prometía que iba a pagar por no ceñirse en esa ocasión a sus famosos planes de celebrar la boda perfecta).
F: Bueno, hijo, con la experiencia de tres matrimonios a mi espalda, diría que tomaste la decisión correcta (Frank estalló en una carcajada y le guiñó un ojo).  Cede en las cosas que no te importan y mantente firme y elige los regalos con inteligencia para obtener la ventaja en las cosas que sí te importan.
Al parecer impasible ante la implicación de que la cooperación de su mujer se podía comprar, Elizabeth sonrió y volvió a centrarse en Victoria.
E: Así como puedo apreciar ante la consideración y sensibilidad de Marcos, sigo estando un poco confusa...  Sé que la Catedral de Buenos Aires está considerada como el lugar para muchas de las bodas católicas de la alta sociedad, pero es la iglesia más grande de Argentina.  No es lo que yo habría elegido para...  ¿Cómo lo describiste, Victoria? ¿«Una ceremonia íntima y sencilla»?
V: Tienes toda la razón, Elizabeth, esta Catedral es famosa por las grandes bodas de la alta sociedad (coincidió Victoria, que miró a Elizabeth sin parpadear).  Por eso mis padres eligieron casarse allí.  Pero a pesar del tamaño y la grandiosidad de la catedral, Marcos y yo invitamos sólo a nuestros amigos más íntimos.  Para nosotros, todo sobre la boda fue una decisión sentimental más que social o pragmática (la perfecta mentira le hizo ganar una palmadita en la rodilla de parte de Marcos por debajo del mantel de la pequeña mesa redonda.
F: Un gesto conmovedor (dice Frank).  Elizabeth, es posible que no lo sepas,  (continuó), pero tanto los padres de Marcos como los de Victoria murieron en el mismo y trágico accidente.  Nos impactó a todos los que pertenecemos a la industria hotelera y turística.
V: ¿Conocías a mi padre, Frank?
F: Oh, en persona no, querida.  Pero en la industria se lo consideraba un joven que llegaría lejos.  Lo mismo que al tuyo, Marcos (añadió con presteza).  La rivalidad existente entre dos de los más brillantes y ambiciosos ejecutivos de Daniel Pintos era seguida por los cazadores de talentos para reforzar sus propias filas (sonrió).  Pero, para decepción de todos, la lealtad de sus padres estaba con Daniel (sacudió la cabeza).  Es una tragedia que ambos murieran tan jóvenes.  Y al mismo tiempo...
Marcos deseó que Victoria alzará las pestañas caídas para tener una idea de cómo se sentía.  No le pasó por alto la ansiedad en su voz cuando Frank mencionó a su padre, y así como él no se engañaba acerca de lo implacablemente ambiciosos que habían sido sus propios padres, desconocía cómo recordaba Victoria a los suyos.  Cuatro años menor que él, sólo tenía seis cuando la nave en la que navegaban con unos hoteleros extranjeros había explotado.  Con la excepción de la madre de Victoria, todos los que iban a bordo murieron al instante; Felicia Bandi lo hizo dos días más tarde en el hospital.
Sólo entonces se le ocurrió que Victoria y él jamás habían hablado de ellos en todos los años que pasaron juntos al cuidado de Daniel.  No le cabía duda de que éste los quería mucho, pero el viejo solterón jamás había animado las exhibiciones de emociones o sentimientos.  Se preguntó si eso había sido bueno o malo para una personalidad emotiva como la de Victoria, quien se había negado a abandonar el lecho de su madre moribunda hasta que no dio su último suspiro.
Al mirar el sencillo anillo de oro que adornaba la mano izquierda de Victoria, comprendió que había mucho que desconocía de ella, y de pronto deseó conocerla...  y mucho.
El plato principal apareció y desapareció en una atmósfera cargada de mentiras y al parecer de inagotables botellas de champán.  A medida que éste se apoderaba más de Frank, menos inclinado se sintió el hombre mayor a alzar la vista del escote de su esposa o a notar que ella cada vez se aproximaba más a Marcos.  Cualquier intento por centrar su mente en los negocios era descartado con comentarios como: «Dejemos eso para la oficina» o «Mi Elizabeth se angustia cuando antepongo los negocios a ella».
Victoria estaba a favor de cualquier cosa que angustiara a «su Elizabeth»; que había acercado la silla hasta el punto en que podía jugar con los pies de Marcos.  Lo sabía porque unos momentos antes tuvo la sorprendente, pero satisfactoria experiencia de interceptar un pie descalzo femenino con el tacón del zapato.  Por supuesto, en una actuación inspirada, se había disculpado con efusividad ante el grito de dolor de Elizabeth, aduciendo que había intentado eliminar un calambre.
E: Es evidente que tienes mala circulación (había dicho Elizabeth con ojos cargados de odio).  Deberías tomar más sal (esbozó con una sonrisa malvada).  Aunque a tu edad podría ser síntoma de algo más insidioso.
V: ¿Oh? Siempre pensé que la sal era perniciosa.  No es que dude de ti, Elizabeth (añadió).  Sé que con tu edad y experiencia superiores eres mucho más experta que yo en el tema de la circulación (claro que esa respuesta le había hecho merecer una mirada severa de Marcos).
E: ¿Sabes, Frank? (comentó Elizabeth, llenando la copa de champán de su marido, aunque quedó medio vacía antes de que la botella volviera a la cubitera).  Debemos organizar salir a navegar con Marcos mientras esté aquí.  Es evidente que ama el mar, y nosotros no aprovechamos demasiado el barco.
F: Eso es porque estoy demasiado ocupado en la oficina, cariño (fue la pastosa respuesta de su marido.  Movió las cejas).  Y cuando no es ese el caso, ambos estamos ocupados, ¿eh?
Victoria ni siquiera fue capaz de plantar una sonrisa en su cara cuando el anciano le dio en las costillas, al tiempo que fracasaba en guiñar un ojo.  Bajo ningún concepto era puritana, pero cualquier oportunidad de hablar de negocios se había deteriorado en proporción directa con la capacidad de Frank de controlar lo que bebía o a su coqueta esposa.  No paraba de esperar que Marcos pusiera fin a la velada, pero por lo que podía ver no parecía perturbado por la futilidad de la cena, aunque en los últimos veinte minutos le había lanzado miradas de petición de ayuda.
Pero no tenía ni idea de cómo esperaba que lo hiciera.  Como Elizabeth aún no había llegado a la fase de subirse a su regazo y arrancarle la ropa, en ese punto, y a pesar de lo atractivo que resultaría, tirarle la cubitera a la cabeza sería considerado un acto de agresión.  A menos...
Marcos estuvo a punto de morderse la lengua por la sorpresa y el impacto del zapato de Victoria al conectar con su espinilla.
V: Marcos, cariño...  me encantaría bailar (Marcos titubeó, tratando de calibrar si podía andar).  Oh, por favor, cariño (casi ronroneó mientras le pasaba las uñas por el dorso de la mano con una eficacia seductora que pudo con el dolor palpitante que él experimentaba en la pierna izquierda y le sensibilizó una sección superior de su anatomía).  Después de todo, esta es nuestra canción.
M: Claro, mi amor.  Lo acabo de notar (tomó la mano de Victoria y le sonrió a sus acompañantes).  Si nos disculpan...


Continuará...

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