sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo 16


Mi Seductor Amigo
Capítulo 16


Marcos se esforzó para dar la impresión a Frank de que analizaba lo que acababa de proponerle.
M: Me gustaría poder pensar en lo que me acabas de decir (dijo dudando seriamente de haber retenido algo de las dos horas que llevaban hablando, aparte de los buenos días).   

Mientras Marcos observaba los números sobre las ganancias y beneficios obtenidos del hotel durante los últimos cinco años no había parado de ver la imagen desnuda de Victoria tal como la dejó dos horas atrás, su desnudez parcialmente cubierta por una fina sábana mientras yacía dormida.
F: No espero otra cosa (repuso el hombre mayor con tono de aprobación, antes de que sus ojos se desviaran hacia la puerta, donde Elizabeth había aparecido de repente).
Como siempre, la morena estaba vestida con ropa de marca, y entró en la oficina de su esposo con un paso que resaltaba la extensión y firmeza de sus piernas.  Plantó un beso en la frente de su marido y por primera vez a Marcos se le ocurrió que la sexualidad de Elizabeth era tan sintética y ficticia como su rutina de esposa amante.  No le sorprendió tanto el hecho como haberlo observado.  En el pasado se había esforzado en no pasar de la fachada con las mujeres.  En cuanto un hombre empezaba a mirar debajo de la superficie, corría el riesgo de encontrar rasgos atractivos e involucrarse emocionalmente, y lo siguiente que sabía era que bailaba el vals nupcial y asistía a clases de parto sin dolor.
M: ¡Maldición! (Marcos no se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que los Prol lo miraron con ojos curiosos).  Lo siento.  Acabo de pensar en algo que tendría que haber hecho.
F: ¿No habrás aceptado mí propuesta ya? (bromeó Frank).
M: Jamás salto sin mirar, Frank (sonrió).  (“Bueno, hasta anoche” se corrigió a sí mismo).  Le plantearé a la junta lo que hemos hablado y te haré saber su opinión.
F: Por supuesto.  De ti, Marcos, no espero otra cosa.  Y, para serte totalmente sincero, prefiero ver que Illusion Islanda termine en manos de Pintos Corporation que en una de las otras cadenas menos rigurosas.


Marcos no mordió el cebo y no preguntó que otros grupos pujaban por las instalaciones, aunque era de esperar que hubiera por lo menos media docena; el tono de Frank bastó para transmitir que su rival más serio era Omar Granados.
F: Como dije antes (continuó el hombre mayor), me encantaría ver que la isla pasa a manos de alguien a quien de verdad le importe la industria turística de este país.  Aunque en el pasado hemos sido competidores, tengo un respeto enorme por Daniel Pintos como hombre de negocios (emitió lo que parecía una auténtica sonrisa melancólica).  Por desgracia, Marcos, ambos sabemos que al ser yo también un hombre de negocios, no puedo permitir que los sentimientos nublen mi decisión para la venta, de modo que si quieres aclarar algún punto, estaré en mi despacho toda la tarde...
E: ¡Oh, cariño! (gimió Elizabeth.  ¿Toda la tarde? Quería salir a navegar unas horas.  Incluso iba a sugerir que lleváramos a Marcos y a...  hmmm...  hmmm.
M: Victoria (aportó Marcos, conteniendo una sonrisa).
E: Oh, Frank, cariño, ¿no puedes postergar tus planes para esta tarde?
F: Lo siento, Elizabeth, pero por desgracia no puedo.  No obstante, no hay motivo para que no puedan ir ustedes tres.  ¿Quién sabe? (sonrió).  Quizás unas horas de ver la belleza de Illusion desde el mar ayude a Marcos a llegar a una decisión.


Marcos apenas pudo ahogar un gemido.  Lo último que necesitaba era pasar una tarde con la vampiresa de Elizabeth.  Pero su intento de declinar la invitación no fue aceptado con ecuanimidad por Elizabeth Prol, y cuando se mantuvo firme en su negativa ella recurrió a las súplicas.  Fue un ardid que le proporcionó una mirada furiosa de Frank, a quien no le gustaba que nadie irritara a su malcriada y mimada esposa.
Mentalmente los mandó a los dos al infierno.  A pesar de las afirmaciones de Prol de que en primer lugar era un hombre de negocios, sus excentricidades, cuando se trataba de su esposa, eran bien conocidas; Marcos no podía arriesgarse a descubrir si una negativa pondría en peligro las negociaciones.
M: ¡Estupendo! (finalmente aceptó Marcos). 

E: Dame unos minutos para cambiarme y luego bajaremos al embarcadero.
M: Me temo que tendrá que ser más tarde.  Estoy seguro de que Victoria tendrá el almuerzo preparado cuando vuelva.  Que sea a...  ¿la una y media?
E: Oh, de acuerdo (pareció tan abatida como podía estarlo alguien con sus bien dotadas dimensiones).  Me había olvidado de ella.
Era una mentira patética, pero Marcos deseó poder decir lo mismo con la mitad de convicción.


Marcos camino a la cabaña pensaba en lo primero que le diría a Victoria, tan pronto, se encontrara con ella por primera vez cara a cara a Victoria después de la noche de amor que disfrutaron…
“Victoria, una relación física entre nosotros no funcionará”...


Pero desde el instante en que Marcos atravesó la puerta con aire tenso, pero decidido, con un saludo de «Tenemos que hablar», había estado repasando la escena que Victoria había imaginado toda la mañana.  Y, tal como había predicho ella, no le dio oportunidad de contradecirlo, ya que de inmediato se lanzó a un extenso monólogo sobre todos los motivos por el que tuvieron sexo.
Hasta ese momento le había echado la culpa al aislamiento, la proximidad, el estrés, la curiosidad e incluso al «exceso de identificación con su papel de pareja casada», como factores que contribuyeron a ello.  Pero como Victoria había esperado que citara todo, incluyendo los problemas en Oriente Medio, permaneció en silencio, dejando que se explayara a sus anchas.
M: ¿Y bien? (preguntó él al final con cara expectante).  Tendrás algo que decir...
V: Sí (con una sonrisa se acercó a él y con gesto seductor le acarició el pecho).  Bésame...
M: ¿No has oído ni una palabra de lo que dije? (se retiró con tanta precipitación que ella estuvo a punto de caer de bruces).  ¡Lo que pasó anoche pasado está!
Oh, Dios...  Marcos no había intentado encontrar razones para justificar lo sucedido porque se negara a creer en el concepto del amor.  ¡Le estaba diciendo que lo de la noche anterior había sido la primera y la última vez!  En cuanto despertó sola en la cama había sabido que la próxima vez que lo viera estaría asustado, pero en ningún momento había imaginado que elegiría la negación total como un modo de enfrentarse a las cosas.  Ella había pasado toda la mañana tratando de decidir cuánto tiempo necesitaba su relación antes de poder revelarle lo que sentía por él sin espantarlo...  ¡Y ahí estaba él, descalificándolos a los dos para cualquier futura relación!
M: ¿Victoria?
V: He oído lo que has dicho, Marcos.  Pero al parecer no en el contexto que tú querías (su voz no sonó tan firme como deseaba, pero nada lo era.  Tenía las piernas como gelatina y el estómago revuelto.  Santo cielo, no podía ser.  No...  No era justo).

M: Los dos sabemos que lo que digo es verdad, Victoria.
V: ¿Sí? (clavó con fuerza las uñas en las palmas de las manos para mantener la calma y no llorar delante de él).
M: La cuestión es que sin importar lo estupendo que fuera el sexo...  hmm...  entre nosotros, no queremos lo mismo en una relación.  Tú sueñas con un compromiso y a mí me espanta.  Ninguno cambiará, sin importar lo mucho que deseemos creer lo contrario.  Intentar llevar esto más lejos sólo sería...
V: ¡Un error impulsivo! (espetó ella).  Sí, de acuerdo, Marcos, ya lo he entendido.  Pero, contéstame a esto: ¿este particular error impulsivo ocurrió la primera, la segunda, la tercera o la cuarta vez que hicimos el amor?
M: Victoria... (Se acerca a Victoria)
V: ¡No me toques! (jadeó, apartándose del alcance de su mano).  Sólo contesta la pregunta.  ¿Cuándo crees que tuvo lugar este error impulsivo?
M: Pasó (soltó un suspiro) cuando mezclé el valor a largo plazo de la amistad con la satisfacción a corto plazo del sexo; en cuanto recogí esa caja de preservativos y entré en tu habitación.
V: Entonces tú eres el único que cometió ese error impulsivo, Marcos.  Porque yo... (se clavó un dedo en el pecho), dormí contigo sabiendo exactamente lo que hacía.  No fui lo bastante estúpida como para visualizar que eso conduciría a una proposición de matrimonio, aunque imaginé que nuestra amistad podría sobrevivir a una aventura.  Pen...
M: ¡Una aventura! (mostró una expresión de incredulidad)  Nosotros, ¡No podemos tener una aventura! ¡Tú no tienes aventuras! (le informó).  Para ti el matrimonio siempre ha sido el fin.  Siempre has jurado que jamás te rebajarías a ser la amante de un hombre.
V: Es cierto.  Y la buena noticia es que no rompí ese juramento.  Pero gracias a ti mi elevada posición moral en contra de un revolcón de una noche ha perdido toda credibilidad (la satisfacción de verlo palidecer ante la acusación no bastó para derrotar la amenaza de las lágrimas; sólo el orgullo lo consiguió).
M: No...  no sé qué decir...
V: ¿No? Pues no te preocupes, porque no estoy interesada en escucharte —(giró en redondo y salió de la habitación).
M: ¡Victoria, espera!
No lo hizo, ni miró atrás para mandarlo al infierno ni cerró de un portazo, aunque Marcos sintió que jamás había quedado tan aislado de alguien.
Bajó la vista a la impecable mesa con el mantel blanco de algodón, una bandeja con fruta, copas de cristal y una cubitera con una botella de champán.  No supo si era el idiota, el bastardo o el mártir más grande del mundo.


Continuará…

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