lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 14

Mi Seductor Amigo
Capítulo 14

Victoria luchó por mantener los ojos abiertos.  Si los cerraba la explosión de gozo sin igual que sintió con el anuncio de Marcos se evaporaría.  Pero su fuerza de voluntad no era rival para el efecto hipnótico del cuerpo varonil pegado al suyo ni para las debilitantes sensaciones de la boca y la lengua de Marcos.  Pero cuando inevitablemente cerró los párpados, descubrió que la rendición bajo ningún concepto disminuía las percepciones que recorrían su cuerpo; de hecho, pareció magnificarlas fuera de toda proporción, distorsionando la lógica hasta que la realidad se tornó completamente real...
El aroma de Marcos sustituyó el fresco aire marino que había estado respirando, y el océano que momentos antes había roto sobre la arena se convirtió en su sangre, que se deshacía en sus venas como espuma azotada por la tormenta.  Era una lucha para respirar; la excitación, la confusión y el pánico se agitaron con violencia en su interior hasta dejarla tan agotada físicamente que las piernas comenzaron a temblarle.  Aunque su corazón latía aún con más fuerza.
El gemido agradecido que oyó cuando le agarró el cuello y pegó su lengua a la de Marcos podría haber salido de cualquiera de los dos, pero hizo eco por todo su ser.  Se aferró con más fuerza a esa fuente masculina de placer y se entregó a su magia, para descubrir que esas extrañas y nuevas sensaciones crecían y se multiplicaban hasta que tuvo la certeza de que podría tocarlas.  Pero resultaron esquivas, y cada vez que creía que era capaz de identificar alguna sensación, otra la distraía y nublaba más su cerebro.  Así hasta que se sintió mareada...  hasta que sintió que los huesos se le derretirían y...
Débilmente oyó que alguien pronunciaba su nombre, y en ese momento fugaz de distracción las sensaciones comenzaron a retroceder, suave, lenta y sosegadamente...  hasta que sólo quedó una, su solitaria supervivencia testamento de su supremacía.
Amor.
En el pasado esa emoción y ella habían sido únicamente conocidas, pero en ese momento Victoria ya no sólo la reconoció por su nombre, sino también con el corazón.  La sentía, y sabía que estaba tan arraigada que jamás se marcharía.  Sorprendida y atontada, despacio abrió los ojos, y el sol hizo que parpadeara en su bienvenida a la realidad del lugar donde se encontraba y con por quién estaba acompañada.
Pero la realidad no modificaba nada...  Ella, Victoria Bandi, estaba enamorada de Marcos Guerrero.
M: Quizá era a mí a quien deberían habérmelo advertido.
El comentario susurrado de Marcos apenas se registró en su cerebro nublado, pero la expresión cauta en la cara de él al mirar hacia la playa le recordó que la motivación para besarla no había surgido del corazón.  Sólo lo hizo para evitar que los reconociera el hombre que podía tirar abajo su fachada.  Marcos, como siempre, se mostraba pragmático y no romántico.
V: ¿Se ha...? (al oírse casi sin aliento, Victoria se detuvo para respirar).  ¿Se ha ido?
M: Sí...  se han ido (los ojos oscuros la estudiaron en un intento por penetrar en sus más recónditos secretos.  Ella se apartó del árbol y trató de imitar normalidad).
V: Bien.  Entonces larguémonos de aquí antes de que él decida regresar.
M: No me has escuchado, Victoria (el tono de Marcos fue seco).  Dije «se han ido...» Karen estaba con él.
V: Yo no vi a nadie con Brian (Marcos notó que la primera emoción en aparecer en su rostro fue sorpresa, seguida de inmediato por confusión y, como él había temido, incredulidad y negación).
Experimentó un momentáneo deseo de no herir sus sentimientos y decirle que iba solo.  Luego los recuerdos de su sabor y la sensación de tenerla en los brazos estallaron en su cabeza, y el puro egoísmo hizo que adoptara el dicho que rezaba que había que ser cruel para ser amable.  Victoria iba a superar lo que sentía por Carrillo, porque él la ayudaría.  ¡Maldita sea, la obligaría!
M: Era Karen Soto.  Marchaba por detrás de Carrillo con una mujer mayor, y admiraban la vegetación.
Victoria sólo pudo mirarlo.  Mientras la había tenido total e inconscientemente inmersa en un beso aniquilador, él había mantenido la suficiente compostura como para, al mismo tiempo, realizar una inspección que habría enorgullecido a James Bond.  La indiferencia de Marcos resultaba mutiladora, pero el orgullo requería que lo dejara pasar.  Su orgullo tenía mucho de qué responder, pero no tanto como su estúpido corazón.
Victoria se mostró tan distante y silenciosa en el trayecto de vuelta a la cabaña que Marcos tuvo ganas de sacudirla, como mínimo despertarla.  El beso que habían compartido estuvo a punto de hacerle perder el juicio, y su sangre aún circulaba a la velocidad de la luz.  Le había producido un impacto tan fuerte que tuvo que invocar toda su voluntad para ponerle fin; de lo contrario, la habría desnudado allí mismo antes de que ella se hubiera dado cuenta.  Y sin importar lo abierta que había parecido mientras se besaban, la reacción que tuvo al enterarse de que la esposa de Carrillo lo acompañaba fue como un cubo de agua fría sobre cualquier esperanza egoísta que Marcos hubiera podido tener sobre que Victoria olvidara a ese idiota.
¡Maldición! Marcos quería estar furioso con ella, pero la cabeza baja y la expresión retraída que Victoria mostraba, mientras subían por el sendero de regreso a la cabaña obligó a Marcos a buscar algo que la animara.
Ya de regreso Victoria cocinó para ambos.  Con valor Marcos volvió a tomar otro bocado.  Así como al principio tragar sin masticar había parecido la mejor manera de minimizar el daño para su paladar, dos intentos le habían demostrado que eso podía tener peligrosos efectos secundarios.  No estaba seguro de si Victoria había confundido la receta para los huevos pasados por agua con la de los huevos fritos, o si los hacía con la cascara, pero eran los más crujientes que jamás habían pasado por su boca.
V: Sé que has dicho que el bacon te gustaba crujiente (comentó ella, su propio plato ya medio vacío).  Pero temía quemarlo si lo dejaba mucho más tiempo.  Si quieres, puedo freírlo un poco más.
M: Eh...  no.  No.  Así...  está bien.
V: He mejorado, ¿no lo crees, Marcos? (para evitar una mentira descarada, se metió más comida en la boca y soltó un gruñido ambiguo).  Si no es suficiente para ti, queda algo más.  ¿Quieres que lo fría ahora?
M: ¡Por Dios, no! Eh...  quiero decir, gracias, pero es más que suficiente.
Unos dientes blancos perfectos, que su lengua sabía que eran tan suaves como parecían, centellearon en una sonrisa brillante un segundo antes de que mordieran una tostada quemada.  Marcos contuvo un gemido cuando un dolor agudo le apuñaló el pecho.  En otro momento habría echado un vistazo a lo que comía, culpando de ello a una indigestión, salvo que los síntomas no eran los correctos.  No recordaba que jamás una indigestión lo hubiera dejado con una erección.  «Oh, Dios», gimió interiormente, moviéndose en la silla, «cuando un hombre aspira a ser un trozo de pan calcinado está metido en serios problemas».

Habían terminado de comer y Victoria en la habitación estaba evaluando su situación sentimental y llegó a la conclusión de que estaba metida en serios problemas.  Enamorarse de un soltero empedernido era un gran error.  Y cuando el soltero en cuestión era Marcos Guerrero ello se convertía en un error que rayaba en la locura.  Asimismo se negaba a tener la opción de decir «Qué demonios, tendré una aventura intensa y guardaré algunos recuerdos».
No, imposible, es que jamás hubiera tenido una aventura, pero hipotéticamente, si decidía arriesgarse a vivir una, no podría ser con Marcos Guerrero.  No, eso sería una absoluta locura.  Para empezar, ponerle fin a una aventura con Marcos crearía una situación difícil, incómoda y potencialmente complicada para muchas personas, entre ellas Daniel.  Además, iniciar una aventura con Marcos crearía una situación aún más difícil, incómoda y potencialmente complicada...  también para ella, ya que él sólo la consideraba «alguien capaz de pensar de pie».
V: Maldita sea (musitó Victoria esforzándose por sentarse en la cama de agua).  ¡Quiero que me desee inconsciente y echada de espaldas!
Oír la verdad, en alto y con su propia voz, la sobresaltó.  ¿Cuándo había llegado a esa decisión? Y, más importante, ¿por qué, si apenas veinticuatro horas antes no era consciente de ningún interés sexual por Marcos?
«Porque te has enamorado de él», se mofó su sentido común.
Con un gemido, bajó los pies al suelo, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cara en las manos.
Era casi la una de la mañana y ahí estaba, incapaz de llorar hasta quedarse dormida, lo cual era significativo en sí, ya que era lo que había hecho con todos los chicos desde que tenía catorce años.  En todas las posibles comparaciones, Marcos Guerrero era distinto a los hombres que hasta entonces le habían atraído; no se parecía en nada a la imagen que tenía del hombre con el que siempre había aspirado casarse.
El anillo de su madre contra su mejilla fue otro recordatorio de la ironía de la vida tal como ella la conocía. 
Durante años había deseado enamorarse perdidamente y casarse.  ¿Y qué recibía? Un amor perdido y un falso matrimonio con un hombre que consideraba el matrimonio la peor epidemia después de la peste negra.  Pero lo realmente cruel era descubrir que Marcos podía ser un marido perfecto.
Era ordenado, tenía humor...  bueno, casi todo el tiempo.  Si ese día servía como indicador, su mejor momento no era antes del desayuno, pero había mejorado en cuanto comió.  También era considerado...  Si, cuando la noche anterior le había anunciado que le iba a preparar el desayuno se desvivió por ayudar.  Sonrió al recordar cómo se dejó llevar y pidió seis filetes a la cocina del hotel.  Suspiró.  Sí, Marcos tenía el potencial para ser un marido estupendo; lo lamentable era que sentía tanta inclinación por ello como Elizabeth por hacerse monja carmelita.
La fortuita referencia a la vampiresa fue otro cruel recordatorio de que no era el tipo de mujer con el que Marcos Guerrero tenía aventuras.  Se puso de pie.  Herida, furiosa y nerviosa como para subirse por las paredes, decidió que si no hacía algo para salir de ese círculo vicioso no tardaría en estallar.
Entonces piensa y se pregunta a ella misma “Muy bien, Victoria.  ¿Qué puede hacer una persona sola en una isla tropical a la una de la mañana?

Tuvo una inspiración y se dirigió a toda velocidad al baño, abrió el grifo de la bañera y vertió el contenido de los dos frascos de sales, delicadeza del hotel.  Lo único que le hacía falta ya era un buen libro y una botella de vino.  Sonrió complacida; había vino en la nevera, y en la maleta llevaba el último libro de Stephen King...

¡Marcos despertó ante el sonido de una sirena aguda, un grito desgarrador y el olor a humo!
Se levantó del sofá, atravesó el salón y echó un rápido vistazo a la cocina antes de abrir la puerta del dormitorio.  El corazón le dio un vuelco al ver la cama vacía.
M: ¡Victoria! (su voz apenas era audible por encima de la alarma.  Sin detenerse, corrió hacia el cuarto de baño y abrió la puerta).
Y ahí estaba ella, con una expresión aterrada en la cara...  y sin nada más encima.
Sintió como si hubiera recibido una descarga de dos mil voltios.  Su mundo se movió a cámara lenta.
Se hallaba metida hasta las rodillas en burbujas, el pelo corto brillando plateado bajo la luz, las puntas rizadas por la humedad de un collar de espuma que caía por sus hombros hasta los pechos firmes y erguidos, el estómago liso y duro y la sutil curva de sus caderas...
Marcos vio que los labios de ella formaban su nombre, pero no oyó nada.  Era como si todos los sentidos, menos la visión, lo hubieran abandonado.  Se quedó aún más paralizado cuando Victoria se movió, con su cuerpo lleno de diminutos arco iris por la luz.  Incluso después de que agarrara una toalla, derramando una botella de vino en la bañera al salir, sus reacciones siguieron siendo pesadas.  Eso probablemente explicaba por qué cuando ella lo aferró por la muñeca con una mano húmeda, apenas consiguió sacarlo de su aturdimiento en vez de electrizarlos a los dos.
V: ¡Marcos! ¿Qué es ese ruido? ¡Marcos!
M: La alarma contra el humo...
V: ¡Oh, Dios mío, las tostadas!
Por suerte cuando Victoria salió del cuarto él recuperó la cordura.
M: ¡Victoria! (fue tras ella y la agarró por un brazo resbaladizo antes de que entrara en la cocina llena de humo).  ¡Quédate aquí! Yo me ocuparé.

A pesar del humo, por fortuna aún no había señal de fuego, y decidió que silenciar el detector de humo era la primera prioridad.  Se subió a una banqueta y apagó el interruptor.  ¡Una, dos...  tres malditas veces! Pero el aullido de la alarma ahogó sus juramentos mientras se afanaba con la tapa de la batería.  Cuando al fin cedió, le permitió sacar los dos pulmones artificiales que le daban vida y acercarse a la tostadora.
V: ¡Marcos, ten cuidado! (Victoria oyó su voz como un rugido en el súbito silencio, pero la mueca que hizo la provocó ver que Marcos desconectaba el aparato con un tirón fuerte del cable).  ¡Marcos, idiota! ¿Es que intentas matarte? De ese modo te puedes electrocutar.
M: Es un modo más rápido de morir que asfixiado (con la tostadora aún humeante en el extremo del brazo estirado, le indicó la dirección del patio).  ¡Abre la puerta!
Le obedeció y lo siguió al exterior mientras observaba cómo colocaba la tostadora sobre la mesa de hierro forjado.  De ella cayeron dos pequeños ladrillos humeantes.
M: ¿Me equivoco al dar por hecho que ni siquiera tú querrás comerte los restos? (preguntó con sarcasmo.  Luego maldijo).  Demonios, será mejor que llamemos al hotel antes...  (se vio interrumpido por gritos alarmados y llamadas a la puerta).  Antes de que envíen a las tropas (concluyó).  ¡Un momento! (rugió).  ¡Ya voy! ¡Ya voy!
V: No, está bien (intervino Victoria).  Yo provoqué el lío; yo daré las explicaciones (antes de que pudiera dar un paso él le puso la mano en el cuello).
M: ¡No vas a abrir la puerta de esa manera!
Al recordar las limitaciones de la toalla, se la ciñó más al cuerpo y corrió al dormitorio. 
Supuso que Marcos tardaría unos minutos en tranquilizar al personal del hotel de que todo estaba bajo control, lo cual le brindaba la misma cantidad de tiempo antes de que le exigiera una explicación.  Lo único que tenía que hacer era imaginar algo mejor que “Enamorarme de ti me ha creado en mí  una mezcla de insómnica y pirómana”. 
Antes de poder terminar de ponerse unos pantalones cortos y una camiseta oyó la llamada en la puerta del dormitorio; el pánico hizo que se dirigiera a un rincón de la cama antes de recordar que había echado el cerrojo.
M: La costa está despejada, Victoria.  Puedes abrir.  Victoria...  vamos, abre.  Me gustaría oír tu explicación.
V: No.
M: ¿No? ¿No crees que me merezco una explicación para tu intento de asarme?
V: Fue un accidente.
M: Menos mal, eso hace que me sienta mejor.
V: ¿No podemos hablar por la mañana? ( se aferró la camiseta y apoyó la cabeza contra la puerta) Estoy cansada, Marcos.
M: Levantarte en medio de la noche para tomar un baño e incendiar la casa agota mucho.
V: Tenía problemas para dormir (a pesar de todo, sonrió).  Un baño relajante parecía una buena idea.  Supongo que olvidé que había puesto unas tostadas, y la tostadora debió atascarse.
M: ¿Crees que eso es lo que te pasó? (sonó incrédulo).  Debiste beberte gran parte de la botella de vino para no oler el humo, Victoria.  Parecías bastante rara cuando te encontré.  No estarás borracha, ¿verdad?
V: ¡Claro que no estoy borracha! Sólo tomé una copa y algo antes de...
M: Tranquila, cariño (cortó la acalorada negativa).  Sólo preguntaba. 

Aunque beber en la bañera cuando estás cansada puede ser peligroso.  Si no hubiera sido por el detector de humos, te podrías haber ahogado antes de resultar incinerada.
V: ¿De verdad? (Victoria miró al techo).  ¿Eso habría convertido mi fallecimiento en una doble fatalidad, o únicamente habría significado que estaba doblemente muerta?
M: Abre y hablaremos de ello (Se sonrió con calidez y habló con voz tentadora).
V: Marcos, estoy cansada.
M: Los dos podremos irnos a la cama en cuanto me hayas contado la historia.
V: De acuerdo; para que podamos dormir, he aquí una versión condensada.
M: Dispara.
V: No podía dormir (“por tu culpa”, añadió en silencio).  Así que decidí relajarme en la bañera con un buen libro y una copa de vino.
M: Y las tostadas (insertó él).  No quiero que las olvides una segunda vez.
V: ¡Todavía no había llegado a ellas! (plantó las manos en las caderas y contempló la puerta).  ¿Quién cuenta esta historia? ¿Tú o yo?
M: Lo siento.  Continúa.
V: Gracias.  Mientras la bañera se llenaba fui a buscar el vino, y ahí es cuando vi las tostadas del desayuno.  Las metí en la tostadora, llevé el vino al cuarto de baño, me serví una copa y debi...  (calló al decidir que por interés de resumir la historia sería mejor eliminar “y debido a que me tenías tan tensa me lo bebí de un trago”).  Y entonces, hmm, me metí en el agua.  En algún momento me serví otra copa de vino (reconoció).  Pero debes achacarle al cautivador estilo de Stephen King el que no pueda darte la hora exacta (dijo, aún irritada por insinuar que estaba borracha).  Es evidente que dormité algo, de lo contrario habría olido el humo.  Lo siguiente que sé es que me desperté con un aullido endemoniado.  De modo que si tenía “aspecto raro”, como has dicho tú, es porque pensé que de repente me hallaba inmersa en el capítulo quince como la siguiente víctima.  Además, Marcos, así como sé que soy responsable de todo este...  drama, detesto que hayas dado a entender que se produjo porque estaba ebria y sumida en un estupor.  Pues no es así.
M: No, ahora el que está en un trance soy yo.
Al principio la sorpresa la paralizó.  Luego hizo que girara en redondo y se quedara mirando boquiabierta al hombre apoyado en el marco de la puerta del cuarto de baño.
Se lo veía tan atractivo y sexy con los brazos musculosos cruzados al pecho, que Victoria tuvo la certeza de que le faltaba poco para fundirse con la alfombra.  Cuando la navidad pasada le regaló esos calzoncillos amarillos como broma, nunca pensó que se los pondría, y menos aún que le sentaran tan bien.
M: Dios mío...  eres tan hermosa, Victoria Bandi (no fue el tono seductor de su comentario lo que la sacó de su sueño, sino el efecto colateral de que se le hiciera un nudo en el estómago ante el destello de aprecio en sus ojos al recorrer todo su cuerpo.  Ruborizándose, se tapó los pechos con la camiseta).  Es demasiado tarde, Victoria (sonrió con gesto divertido).  Ya te he visto con mucho menos que unos pantaloncitos (con paso lento comenzó a avanzar hacia ella).
V: Eh...  Marcos...  yo...  hmmm...  (El inteligente intento de contrarrestar su avance y sus caricias visuales, tartamudeando y tratando de retroceder a través de una puerta cerrada no funcionó.  Marcos plantó la mano derecha contra la parte izquierda de la cintura de Victoria, y con la otra apartó con facilidad la camiseta que separaba sus torsos desnudos).  Marcos...  ¿Para qué...  has...  has venido aquí? (preguntó nerviosa)
Él no respondió, y el corazón de Victoria se desbocó al sentir el contacto sedoso de los calzoncillos contra su muslo.  Luego cuando su pecho le rozó los pezones el nivel de decibeles de su corazón se disparó hasta hacerle vibrar todo el cuerpo.
V: ¿Qué...  qué haces? (jadeó mientras experimentaba un escalofrío erótico).
M: Adivínalo, Victoria.
Las imágenes que pasaban por su cabeza estaban más allá de la adivinación.  Pero si las expresaba en voz alta la harían quedar como una buscona o, peor aún, como una tonta enamorada, por lo que pretendió aligerar la situación.
V: Hmm...  Ah...  ¿intentas conseguir...  no dormir en el sofá?
M: Victoria, esa es una conjetura conservadora (su sonrisa fue tan suave como los nudillos con que le rozó la mejilla).  Espero que seas más lanzada.  Te diré una cosa (añadió, y movió la mano que tenía al costado de su cuerpo hasta colocarla detrás de su nuca).  Sostén esto y te daré una pista.


Victoria bajó la vista a lo que le había dado en la mano y descubrió que se trataba de una caja de preservativos.  Quizá no representara un compromiso de por vida, pero una caja entera, sin abrir, tenía que significar que Marcos pensaba más allá de esa noche.  Sintió un nudo en la garganta.
M: Victoria (musitó, alzándole la barbilla.  No apartó los ojos de ella mientras le acariciaba el cuello y bajaba la cabeza).  Concéntrate (instó).  Esta es una pista...
Continuará...

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