domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 7

Mi Seductor Amigo
Capítulo 7

Tal como Marcos había sospechado, la actitud de “su esposa y amante”, Victoria, se desvaneció en cuanto estuvieron a solas en su cabaña.
V: Puede que haya aceptado salvarte el trasero y rescatar este trato fingiendo estar casada contigo, Marcos Guerrero (espetó apuntándole con un dedo).  Pero no me gusta que me den el papel de muñequita ni que se aluda a mí como “servicio de habitaciones”.
M: Jamás lo hice.  Lo que dije porque...
V: ¡Sé lo que dijiste!  Diste a entender que deseaba tanto tu cuerpo que sólo tenías que chasquear los dedos para conseguir lo que quisieras.
M: En realidad, la implicación era que yo te deseaba a ti (corrigió con una sonrisa).  Y sólo después de que aletearas tus largas pestañas y anunciaras que querías una cabaña para poder estar conmigo a solas.
V: Reconozco que moví las pestañas en tu dirección (se apartó indignada), pero yo no era la única que lo hacía.  Debes estar agradecido de que se me ocurriera un modo de minimizar el tiempo que tendremos que pasar con ellos.
M: Sí, la idea de la cabaña fue un toque de genio (acordó Marcos, supervisando el interior de la cabaña asignada mientras Victoria abría una de las puertas interiores del salón y desaparecía de la vista).  Por desgracia... (Dice elevando el tono de la voz para que pudiera Victoria pudiera oírlo) no nos evitó tener que cenar con ellos esta noche (la habitación principal tenía un piso en madera y unos muebles y dos alfombras de área dividían el salón del comedor.  En un rincón había tres sillas altas frente a una mesa alta tipo barra que daba a una cocina pequeña).  No está mal (musitó, volviéndose cuando Victoria regresó a través de una segunda puerta).
V: Cambiaras de parecer cuando descubras que sólo hay un dormitorio y un cuarto de baño.
M: Victoria se supone que estamos casados.  No iba a pedir una cabaña de dos habitaciones, ¿verdad?
V: ¡Lo comprendo! (exclamó).  Pero pensé que en alguna parte habría una cama plegable.  Todos nuestros hoteles las tienen.
M: Cuando Pintos compre este resort las incorporaremos.  Mientras tanto, tendremos que arreglarnos.
V: En ese caso espero por tu bien que el sofá se convierta en una cama, o dormirás en el suelo.
M: ¿Qué quieres decir?
V: Quiero decir, Marcos (explicó como si le hablara a un niño), que una de las dos personas, que no soy yo,  que en este momento están aquí no dormirá en el maravilloso colchón de agua. 
Frunció el ceño al contemplar el sofá de dos plazas que Victoria inspeccionaba y tuvo un escalofrío.  Marcos sabía que se pasaría toda la noche chocando con los apoyabrazos, aunque por algún milagro pudiera acomodar su cuerpo de metro ochenta de estatura.
M: Sería más democrático si lo echáramos a la suerte (dijo).
V: Sin ninguna duda.  Pero como yo no pude votar al venir aquí, ni siquiera fui consultada, no pienso defender los derechos democráticos para ti.  ¡Aja!  (Exclamó cuando al fin pudo abrir el sofá).  Aquí tienes tu cama matrimonial.  Desde luego, querido marido, si quieres dormir sobre sábanas, tendrás que hacértela tú mismo, porque hasta ahí llego sin un anillo en el dedo.
M: Oh, vamos, Victoria.  Ten compasión.  No puedo dormir ahí; es demasiado corto.  Las piernas me colgarán.
V: Pues…Encógete.
M: No puedo dormir encogido.  Sabes que me gusta estirarme.
V: En realidad, Marcos (ríe), me figuro en ese insignificante porcentaje de la población femenina comprendido entre los dieciocho y los cuarenta y dos años que carece de conocimiento íntimo de tus hábitos de sueño.  Aunque imagino que podría pedirle a Elizabeth Prol que corrobore tu historia.
M: Muy graciosa.  Hasta Daniel sabe que tengo el sueño ligero (se tumbó en el sofá y se contrajo hasta parecer un pigmeo, (gimió, la escayola (yeso) que había tenido que soportar después de romperse la pierna esquiando no había sido tan rígida).  ¡Jamás podré dormir aquí! (se quejó, pero Victoria parecía felizmente despreocupada mientras llevaba su equipaje al dormitorio.  Se levantó y se dirigió a la mini nevera, decidiendo que necesitaba una copa).  No te pongas muy cómoda ahí (anunció en voz alta).  Porque aun no está decidido. 
V: Sí que lo está (respondió ella).   Puede que haya venido por obligación, pero no pienso sufrir durante mi estancia aquí.
M: Victoria, sé razonable.  No esperarás en serio que negocie con éxito la compra de un hotel por muchos millones de dólares si soy víctima de falta de sueño y de dolor de espalda.
V: Oh, pobrecito (sus palabras provocaron la risa desde la otra habitación).  ¡El sofá no mermará tus habilidades negociadoras!
M: ¿Y qué te hace estar tan segura de ello? (abrió una cerveza).
V: ¡Tu impresionante historial de triunfos tanto en los dormitorios como en las salas de juntas por todo el país! (repuso).  Llámame cínica, pero estoy dispuesta a apostar que no es el primer trato que negocias después de disfrutar de mucha cama y poco sueño.
M: ¡Eres cínica!  ¡Y perderías la apuesta! (mintió, sonriendo para sí mismo).  Me estoy preparando una copa; ¿quieres una?
V: Sí, gracias.  No tardaré.
Como el gin-tonic y el vino blanco era las únicas bebidas alcohólicas que probaba Victoria, y el vino sólo durante las comidas, Marcos no tuvo que preguntarle qué quería.  Cuando ella reapareció, había llevado las copas al pequeño patio cubierto por una aromática parra.
Se había cambiado el traje con el que llegó por unos pantalones cortos y una camiseta amplios; iba descalza.  Con gracia se dejó caer en la tumbona y alargó su brazo para tomar su copa.
V: Por la exitosa compra de Illusion Island (brindó Victoria).
M: Que por desgracia depende de un sofá pequeño.
V: Deja de quejarte, Marcos.  Si hubieras dormido en una cama menos, puede que hoy no te encontraras en esta posición.
M: ¿Te importaría explicar ese comentario?
V: Fácil, Elizabeth (sonrió).  ¿Es suficiente?
M: Más que suficiente.  Casi me muero cuando me enteré de que estaba casada con Prol.  Gracias a Dios no dejé que las cosas llegaran demasiado lejos...
V: ¿Qué demonios quieres decir con eso? Exactamente, ¿de cuán lejos estamos hablando? (vio suficiente consternación en el rostro de Marcos como para saber que algo había pasado entre su antigua amante y él antes de averiguar que era Elizabeth Prol.  Soltó un juramento).  ¡Maldita sea, Marcos! No te habrás acostado con ella, ¿verdad?
M: ¡Claro que no! Bueno, no desde que estoy aquí (aguantó la mirada penetrante de ella unos cinco segundos antes de suspirar).  Escucha, el día que llegué, Prol había tenido que irse de repente por negocios.  Pensé que era una buena oportunidad para ver la isla sin que me atosigaran con propaganda preparada con premeditación para aumentar el precio...  (se detuvo y trató de estudiar su expresión, pero Victoria estaba impasible).
V: Continúa (dijo ella, aunque no quería escuchar lo que vendría a continuación.  Ya lo sabía).
M: Bueno, mientras paseaba por la playa privada de Prol, me encontré con Elizabeth.  Y, naturalmente, al ser una vieja amiga, me detuve a hablar con ella.
V: Oh, naturalmente (no pudo resistir decir).  Y naturalmente es demasiado esperar que ella te contara de inmediato lo feliz que estaba casada con un viejo forrado de dinero y un título y que por casualidad era el dueño del lugar (aunque su rostro lo delató, por motivos que no fue capaz de explicar, ella insistió en una respuesta).  ¿Y bien? ¿Surgió o no el hecho de que estaba casada con Frank Prol?
M: No exactamente...  Empezó a hablar de los viejos tiempos, y entonces...
V: Y entonces (interrumpió Victoria), con la práctica que tienes con las mujeres, tus ojos de lince de inmediato notaron esa pelota que llama anillo, y dijiste «¡Felicidades, Elizabeth! Veo que estás casada...»
M: Hmmm, no exactamente...  Ella, eh, no llevaba ninguna joya.
V: Comprendo...  ¿y qué llevaba?
M: No mucho.
V: Ah.  Dime, Marcos, ¿llevaba algo? (el destello en sus ojos y la sonrisa que intentaba controlar respondieron con más elocuencia que las palabras.  ¿Por qué un hombre de su intelecto seguía atraído por mujeres que sólo eran capaces de mantener una conversación en la que únicamente se requería que dieran sus nombres y números de teléfono).
M: No te muestres tan agitada, Victoria.  ¿Te haría sentir algo mejor si te dijera que llevaba una sonrisa arrebatadora y que en ningún momento mis ojos bajaron del cuello?
Fue el tono bromista y condescendiente lo que quebró el frágil control que Victoria mantenía sobre su temperamento y tuvo sólo una reacción impulsiva al arrojarle el contenido de su copa a Marcos.
M: ¡Victoria!  ¿Qué...? (Marcos se levantó de un salto y comenzó a desabotonarse la camisa con impaciencia).  
V: ¡No puedo creer que me humilles de esa manera! La sedujiste, ¿verdad?
M: ¡No! Ella se me acercó y...
V: ¿Cómo has podido humillarme de esa manera? ¿Cómo pudiste convencerme para este matrimonio y no contarme la...?
M: ¿De qué demonios estás hablando? ¡No estamos casados!
V: ¡Gracias el cielo! (espetó con vehemencia).  ¡Eres el hombre más insensible que jamás he conocido!
M: ¿No olvidas al bobo de Brian?
V: ¡Deja a Brian fuera de esto!  Jamás me trataría como lo has hecho tú.
M: ¡Y un cuerno!  ¡Él te sedujo y luego, sin decirte nada, se casa con otra!
V: ¡Al menos jamás me ha humillado en público!  Dios mío, no me extraña que Elizabeth me dirigiera esas miradas.  Te conoce por lo que realmente eres...  ¡un cerdo traidor obsesionado por el sexo!
M: ¡Ya te lo dije, entre nosotros no pasó nada! Por el amor del cielo, si yo llevaba un bañador sin bolsillos.
V: ¿Y qué tiene que ver lo que tú llevaras con todo esto? (preguntó desconcertada).
M: Piénsalo, Victoria.  Sin bolsillos, ehhh (moviendo sus ojos).  ¿De verdad me consideras tan estúpido como para correr el riesgo de tener sexo sin protección con alguien que me encuentro en la playa?
V: Eso está muy bien, Marcos (dijo, negándose a reconocer el alivio que sintió).  Pero hay muchas maneras de disfrutar de intimidad sin tener que practicar el sexo.
M: Y sin duda Brian te educó en algunas de las mejores.
V: ¡Esto no tiene nada que ver con Brian! (el comentario hizo que se ruborizara, a pesar de no tener motivos para sentirse culpable o avergonzada).  ¡No era él quien besaba a Elizabeth Prol a espaldas de su marido!
M: Claro que no.  ¡Él te quiere a ti a espaldas de su esposa! (replicó Marcos, quitándose la camisa).  Y no la besaba.  Fue ella quien me besó (se secó el pecho con la camisa).  Una vez.
V: Sí, claro.  Y hoy estabas lleno de moretones por el modo en que tuviste que quitártela de encima.
M: Victoria, ¡No tuve que quitármela de encima!  En cuanto oyó el sonido del helicóptero del hotel recogió sus cosas y se marchó a toda velocidad.  Fin de la historia.  Bueno, fin de ese capítulo, en todo caso (corrigió). 
V: Hubo otro encuentro fortuito.
M: Bueno, se podría decirse que sí.  Me podría haber desmayado la otra noche cuando Frank me presentó a su flamante y joven esposa Elizabeth Prol.  Bueno, para resumir una historia larga y perfectamente inocente, cuando se hizo obvio que no iba a permitir que algo tan trivial como su anillo de bodas se interpusiera en una pequeña aventura, decidí que necesitaba una esposa para detenerla.
V: Seguro que también piensas que el azúcar puede detener a las hormigas (se rio irónicamente).
M: Fue la mejor idea que se me ocurrió así, de repente.
V: De acuerdo.  Pero, ¿por qué, cuando Argentina tiene una población de quince a veinte millones de mujeres, a cuyo cuarenta por ciento conoces íntimamente, tenía que ser yo quien terminara siendo la señora del Semental Guerrero?
M: ¡Cielos, Victoria, dame un respiro! ¿A quién más iba a pedírselo? (demandó con exasperación).  Aparte del hecho de que necesitaba a alguien en quien pudiera confiar y que usara la cabeza para pensar, si mencionara la palabra matrimonio, de verdad o de mentira, ante la mayoría de las mujeres a las que conozco, me encontraría ante el altar antes de poder respirar de nuevo.
V: Destino que, en tu opinión, es peor que la muerte.  Podrías haberme contado toda la historia antes de verme metida de lleno en ella.
M: ¿Cuándo? ¿En el aeropuerto? ¿En el helicóptero? Sé razonable, Victoria.  Esta es la primera oportunidad que hemos tenido de hablar, y como resultado he terminado con una copa encima.  ¿Cuánto crees que habría durado mi credibilidad si hubieras empezado a tirarme copas en público?
V: Oh, lo comprendo (asintió).  A ti se te permite ser sensible a la humillación, pero a mí no.  ¡Para que hables con doble vara!
M: ¿De dónde te sacas eso de la humillación? ¡No he hecho nada para humillarte! A menos, desde luego, que te refieras a besarte en el aeropuerto, y si eso te ofendió, entonces eres una puritana.  Seguro que no le molestaría a ninguna de las esposas de mis amigos.
V: Dejas sin aliento a muchas de las esposas de tus amigos, ¿no?
M: Me refería a que no les habría molestado que sus maridos las besaran en el aeropuerto.  O en ningún otro lado.
V: Puede que no, pero apuesto que se sentirían resentidas ante la mujer que su marido ha besado a escondidas.  En especial si supieran que esa devoradora de hombres pensaba que podía repetirlo.
M: ¿Estás enfadada porque Elizabeth me besó?
V: ¡Bingo!
M: ¿Por qué? (quedó desconcertado, ya que esperaba oír una negativa).  Es estúpido.  Tú y yo no estamos casados.
V: Lo sé! Pero Elizabeth no.  Y es evidente que aún cree que tiene una oportunidad contigo.  Después de todo, en el pasado fueron amantes, y como la dejaste besarte en la playa es obvio que va a suponer que todavía la encuentras atractiva.
M: ¿A dónde quieres ir a parar?
V: Marcos, ¿No es evidente?
M: Para mí no (repuso él con sinceridad).
V: Mira, Marcos (comenzó con exasperación), fingir que estamos casados y que estoy terriblemente enamorada de mi marido es una cosa, pero fingir que estoy locamente enamorada de un hombre que no se siente atraído sólo por mí...  es...  es humillante (cuando la única respuesta que obtuvo de Marcos fue una mirada silenciosa, Victoria quiso creer que al ver la luz, lo que hacía era buscar una disculpa.  No le gustaba pelear con Marcos, pero si querían tener éxito en frustrar las intenciones de la depredadora Elizabeth Prol, él tenía que saber cuál era su postura).  ¿Y? (instó).  ¿Entiendes ahora lo embarazosa que resulta para mí toda la situación? (Marcos la miró unos momentos más antes de ponerse de pie, sacudir la cabeza y musitar algo).  Marcos...  ¿a dónde vas?
M: A tomar una ducha y a serenarme.
V: ¿Serenarte? Si sólo has bebido una cerveza y...  (agitó la lata) ni siquiera la has terminado.
M: Lo sé.  Pero teniendo en cuenta lo que acabo de oír, uno de los dos debe estar borracho.  Como tú encontraste cosas más creativas que hacer con tu gin-tonic que beberlo...  supongo que tengo que ser yo (le dice de forma irónica, para luego desaparecerse hacia dentro de la cabaña).


Continuará….

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