domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 6

Mi Seductor Amigo
Capítulo 6

El trayecto del aeropuerto a la isla se realizó en el helicóptero privado de los Prol, con el propio Fran al mando del control.  Una mala elección de asiento situó a Marcos justo detrás del piloto, quedando a merced de Elizabeth y Victoria.  Si las miradas pudieran matar, Marcos supuso que moriría de heridas múltiples antes de que aterrizaran.
Cuando Prol insistió en que todos se pusieran auriculares con micrófonos para poder hablar por encima del ruido de los rotores, comenzó a preocuparse de que Elizabeth pudiera formular preguntas incómodas sobre su matrimonio y que Victoria contradijera lo que él ya había dicho.
Por suerte, en cuanto Prol se puso los auriculares se lanzó a un monólogo inagotable sobre el estado de la isla cuando la compró veintitrés años atrás, y cómo había sido su visión y su genio financiero los que la habían convertido en una empresa multimillonaria como lo era en la actualidad.
Hasta el momento nadie había sido capaz de intervenir, y Marcos se sintió agradecido por haber oído ya la historia, tres veces en tres días; si el viejo titubeaba, podría empujarlo con algo como: «Frank, cuéntele a Victoria cómo usted...» antes de que Elizabeth pudiera abrir la boca y ponerlos en un aprieto.
Les regaló con una vista de los rasgos naturales de la isla, y de los artificiales que contribuían al Illusion Resort Complex.  Victoria se mostró complacida, pero no hasta el punto de que Frank se sintiera confiado a elevar su ya exagerado precio por la venta de la isla.  Era un alivio saber que sin importar lo irritada que estuviera con Marcos, Victoria jamás permitía que sus sentimientos fueran en detrimento de unas negociaciones.  Quizá fuera una romántica empedernida, cuya forma de pensar resultaba incomprensible, pero era la persona más leal que Marcos conocía.  Bajo ningún concepto le fallaría a él o a Pintos Resort Corporation.
F: Me temo, Victoria, ya que Marcos no nos avisó de que vendrías hasta hace unas horas, que hasta mañana no tendremos disponible una de nuestras suites más grandes (le indicó Frank mientras la ayudaba a subir a un cochecito motorizado de golf para realizar el trayecto desde el helipuerto hasta el hotel).  No obstante, si consideras que la suite actual de Marcos es un...  poco pequeña para dos personas, a pesar de ser una de las más prestigiosas (se apresuró a añadir), entonces a Elizabeth y a mí nos encantará que pasen la noche en nuestro ático (le sonrió a su esposa).  ¿No es así, cariño?
A la faceta perversa que había en Victoria le hubiese gustado atribuir la expresión en blanco en la cara de «Cariño» como prueba de que era tan estúpida como había creído, pero lo más probable es que no hubiera oído la invitación de su marido, concentrada en enviarle miradas ardientes a Marcos a espaldas de Frank.  Sospechaba que en cuanto Marcos se quitara la camisa mostraría las quemaduras de su escrutinio.  Elizabeth Prol era tan sutil como el diamante del tamaño de una pelota que llevaba en la mano izquierda.
E: Es precioso, ¿verdad? (comentó la morena al notar la dirección de los ojos de Victoria, plantándole la enorme piedra ante la cara).  Frank eligió el diamante, pero yo diseñé el engaste.
V: Es...  es único (dijo Victoria y añade).  Jamás había visto tanto detalle en oro blanco.
E: En realidad, es platino.  Soy alérgica a los metales baratos, ¿verdad, cariño? (le sonrió a su marido cuando la ayudó a subir al cochecito).
F: Para sufrimiento de mis contables, que no tienen idea de lo mucho que un hombre desea complacer a la mujer que ama (río entre dientes y le guiñó un ojo a Marcos).  Creo que sería buena idea dejar que las señoras se sienten juntas atrás, de ese modo podrán charlar de joyas y moda todo lo que quieran mientras nosotros hablamos de negocios.
Victoria no debatió el comentario sexista y machista, notando que a Marcos no le entusiasmaba más que a ella la idea de Frank.
E: Veo que no eres muy aficionada a las joyas, Victoria  (dijo Elizabeth en cuanto se pusieron en marcha).  No he podido evitar notar que no llevas ningún anillo de casada.
Marcos sintió un nudo en el estómago ante la pregunta y el tono de voz.  Eso era lo que había estado temiendo.  Se esforzó por oír lo que decía Prol sobre unos movimientos recientes en el mercado de valores y la conversación en el asiento de atrás.
V: ¡Oh, pero me encantan las joyas! (repuso Victoria con una risa encantada que Marcos reconoció como falsa).  Pendientes, brazaletes, anillos...  lo que digas.  Tengo docenas.  ¿No es verdad, Marcos? (preguntó, sin darle ocasión para responder).  Por desgracia, tiendo a hincharme cuando vuelo, de modo que no puedo llevar nada que me esté apriete.  ¿Ves? (en prueba estiró las manos hasta dejarlas entre los dos asientos, para que Frank también las viera.  Al mirarlas, Marcos supuso que los dedos largos y elegantes podrían haber estado mínimamente hinchados, pero sólo lo habría notado alguien que la conociera muy bien, aunque Elizabeth no quedó muy convencida).  No se preocupen, regresarán a la normalidad en unas horas  (continuó Victoria, como si todo el mundo se hubiera quedado boquiabierto y horrorizado).  Y podré volver a ponerme mis anillos.  He de reconocer que me siento desnuda sin ellos.
E: Sé lo que quieres decir (coincidió Elizabeth).  No hay nada como un anillo de boda para hacer sentir a una persona realmente casada.  Lo cual, desde luego, es el motivo por el que tantos hombres se niegan a llevar uno...  Dime, ¿Marcos usa el suyo?
Marcos notó la pausa forzada y apenas contuvo la tentación de decirle (
“Déjalo ya, Elizabeth, tú sabes que no lo llevo”.
Sólo pudo suponer que Victoria debió sacudir la cabeza, ya que la siguiente pregunta de Elizabeth fue un espanto.
E: ¿Y eso no te da motivo de preocupación?
V: No.  ¿Por qué habría de hacerlo?
E: Oh...  Bueno, no hay ningún motivo, por supuesto...  supongo (repuso Elizabeth con un gran titubeo teatral).   Es que la mayoría de las mujeres que conozco se sentiría engañada si sus maridos no quisieran llevar el anillo de boda.  Después de todo, no sólo declara que un hombre queda prohibido para otras mujeres, sino que es la declaración definitiva de su absoluto compromiso con su matrimonio.
V: ¿De verdad? Qué extraño...  (Marcos contuvo una sonrisa ante el tono incrédulo de Victoria).  Todas las mujeres y hombres que yo conozco consideran que los votos del matrimonio son la declaración definitiva de su compromiso.
F: Recuerda lo que te dije, Victoria (intervino Frank cuando entraron en la elegante recepción del edificio principal del hotel).  Nos encantaría tenerlos como invitados esta noche si...
V: ¡Oh no, Frank!  Ni se nos pasaría por la cabeza irrumpir en su espacio privado.  Después de todo, Marcos y tú están enfrascados en discusiones de negocios, y soy una firme partidaria de mantener separadas las relaciones profesionales de las personales («¡Aunque Elizabeth Victoria carece de semejantes inhibiciones!», pensó al notar que la dama en cuestión dirigía sus ojos de dormitorio y sus gestos sexys en la dirección de Marcos.  Como las cosas siguieran así, tendría que pegarse a Marcos las veinticuatro horas o seguir a Elizabeth con un cubo con agua fría).  En realidad, Frank (ofreció la mejor de sus sonrisas), me fascinan esas cabañas que sobrevolamos en el otro extremo de la isla.  ¿Existe la posibilidad de que Marcos y yo podamos alojarnos en una de ellas?
M: ¿Una cabaña?  (Marcos se mostró más sorprendido por la petición que Frank).
V: Oh, cariño, sé que odias no poder recibir un servicio de habitaciones inmediato  (dijo Victoria).  Pero después de pasar las últimas cinco semanas rodeada de botones y doncellas, me encantaría relajarme en una atmósfera un poco menos comercial.  El aislamiento y la soledad de una cabaña alejada del hotel principal me parecen celestiales.  Y, bueno...  en realidad no hemos podido estar solos desde que regresé de mi viaje.
La risita de Frank le indicó que había interpretado sus palabras del modo en que ella deseaba, mientras que el destello de aprobación en los ojos de Marcos significaba que había comprendido el mensaje más sutil dirigido a él (cuanto más lejos estuvieran de los Prol, mejor).
M: Es una idea estupenda, cariño...  (la voz de Marcos sonó baja y con la consistencia de la miel; la abrazó por detrás y la pegó a su cuerpo besándole el cuello y el lóbulo de la oreja).  Estoy de acuerdo, una cabaña sería perfecta.
Marcos desempeñaba tan bien su papel de marido que ella vio mariposas al sentirlo a su espalda y mirarlo a los ojos cuando se gira sin soltarse de su abrazo.  Cuando él siguió contemplándola como si aguardara alguna respuesta, Victoria se preguntó si quizá las esposas agradecidas debían besar a sus maridos en ocasiones como esa.  Pero decidió dirigirle una sonrisa radiante.  Dados los efectos secundarios del beso que le dio en el aeropuerto.  Cuanto menos tontearan con eso, mejor.
M: ¿Y bien, Frank? (preguntó Marcos, sin soltarla).  ¿Hay alguna cabaña disponible?
F: Lo averiguaremos enseguida.  Y si la hay, me ocuparé de que dispongan de servicio de habitaciones las veinticuatro horas, y no de siete de la mañana a diez de la noche.
M: Eres muy generoso, Frank (agradeció Marcos)  Pero será completamente innecesario.  Después de estar cinco semanas lejos de mi esposa, el único servicio de habitaciones que necesitaré durante la noche no requerirá una llamada a Recepción.
Victoria casi se atraganta por el rubor colorado que invadió su rostro cuando la sonora carcajada de Frank reverberó y sonó por el vestíbulo del hotel, atrayendo toda la atención hacia ellos.  Metida bajo el abrazo de Marcos, se sentía como una muñeca.
Él estaba disfrutando.  De buena gana se habría soltado de su «afectuoso» abrazo y de la falsa caricia de sus dedos en su espalda para largarse del hotel.  Por mucho menos le habría roto sus bonitos y demasiado perfectos dientes.  Pero recordó su misión y le pasó un brazo por la cintura, pellizcándolo sin que nadie la viera.  Con fuerza, mucha fuerza.
Aunque Marcos no mostró señal exterior de que le había causado algún dolor, la soltó en el acto y se reunió con Frank y un hombre uniformado en la recepción del hotel, dejándola sola en mitad del vestíbulo, sintiéndose aún más observada.  Al dirigirse hacia unos sillones de bambú, se encontró con la expresión furiosa de Elizabeth Prol, que aguardaba un ascensor.
En ausencia de su marido, la increíblemente atractiva morena no hizo ningún intento por ocultar el desagrado que le producía Victoria, y el mensaje que irradiaban sus ojos esmeralda habría sido obvio para cualquier mujer de más de quince años.  «Te lo advierto.  Sé lo que quiero y pretendo conseguirlo».
A Victoria no le cabía ninguna duda de que si Elizabeth estuviera soltera Marcos habría aceptado en un segundo lo que le te ofrecía, sin importar que estuviera en viaje de negocios o no.  La mujer era su tipo.  Hermosa, alta, bien dotada...  de acuerdo, muy bien dotada.  Pero así como no había duda de que Elizabeth conocía que poseía las armas sexuales para librar batalla por la atención de Marcos Guerrero, había algo que no sabía y que Victoria sí; a pesar de su fama de playboy y de sus legendarias relaciones sexuales, para Marcos el matrimonio era sagrado.
Victoria sabía que en cuanto Marcos tomaba una determinación, nada ni nadie podían conseguir que la cambiara.  Elizabeth podía mostrarse tan decidida como Juana de Arco y lanzarle desafíos silenciosos a Victoria hasta que su silicona se derritiera, pero la cuestión era que, sin importar cuánto meneara las caderas, frunciera los labios o mirara a Marcos, no le serviría de nada.
Contuvo la risa al imaginar hasta dónde podría llegar Elizabeth en su intento por hacer convencer a Marcos.  Así como aceptaba que en una contienda de atractivo sexual con Elizabeth, ella estaría prácticamente desarmada, la mujer perversa que llevaba dentro no pudo resistir la malvada diversión de observar a esa mujer fatal agotarse en una guerra de seducción que le era imposible ganar.  Con la compra de Illusion Island en juego, Victoria podía tener dos cabezas y un cuerpo retorcido, que Marcos no se iba a arriesgar a mirar dos veces a Elizabeth aunque la tuviera desnuda de cuerpo entero frente a él.
Pero la otra no lo sabía, y con sus curvas voluptuosas y boca fruncida preparaba confiada todos sus torpedos. 
V: Bueno, puedo parecerte un bote de remos, Elizabeth Prol, (pensó Victoria), pero veremos al final quién sale volando del agua.


Continuará…

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