miércoles, 18 de diciembre de 2013

Capítulo 26

Mi Seductor Amigo
Capítulo 26

V: Entonces, (sonrió).  Sí.  Sí.  Sí.  Sí.
La hizo girar y la aprisionó entre la dureza sólida y segura de la mesada y la peligrosa dureza de su masculinidad.
M: Victoria eres una mujer… espléndida, ¿lo sabías?
Marcos subió las manos hasta sus hombros, luego al cuello y las dejó quietas en su nuca, al tiempo que con los pulgares le acariciaba las orejas.  Luego bajó lentamente la cabeza y le rozó los labios una, dos y tres veces.  Cuando posó ambas manos sobres sus glúteos y la pegó a él.  Victoria sintió como si su corazón estuviera en una nube, y por lo que su cuerpo automáticamente rodeó a Marcos con sus largas y esbeltas piernas.  Lo que deseaba era aprovechar la oportunidad de volver a hacer el amor con Marcos, sin importar la seguridad de formar una familia.  Levantó los dedos y comenzó a seguir el fascinante contorno de su cara.
V: Dime (pidió ella con voz ronca por la pasión), ¿vamos a experimentar la misma sensación de la última vez o has cambiado de parecer?
M: Oh, cariño (dijo con expresión tan reverente que Victoria se sintió como si fuera la mujer más hermosa del mundo).  He cambiado de parecer en tantas cosas...
Con las manos ansiosas ambos se quitaron la ropa, al tiempo que realizaban apreciaciones de sus respectivos cuerpos y se daban besos apasionados y codiciosos.  Pero cayeron sobre la cama de Victoria como una sola persona, y la urgencia de su deseo dio paso al placer sensual de la exploración lánguida y pausada.
Para Victoria fue la experiencia más excitante y espiritual de su vida, y poder acariciar el cuerpo desnudo y musculoso de Marcos de pronto se convirtió en el placer más erótico que podía imaginar.  Sentir los besos que Marcos le daba a través de todo su preciosa anatomía creó sensaciones emocional y físicamente tan estimulantes que flotó entre las lágrimas de gozo y la realización de su llegada al clímax.  ¿Cómo podía un hombre capaz de semejante ternura no creer en el amor?
M: Tu piel era como satén líquido (jadeó él mientras con los labios abría un sendero por sus muslos y su ingle hasta llegar al estómago).  Quiero tocar...  y probar cada milímetro tuyo... (Detuvo el tormento de sus besos ardientes y húmedos para alzar la cabeza y mirarla a través de ojos nublados por el deseo).  Dime qué quieres...  qué te gusta. 
V: Hasta ahora pareces leer cada uno de mis pensamientos y deseos antes de incluso de que los tenga.
M: Dímelo de todos modos (la instó a hablar a ser explícita de sus deseos).  Quiero saber qué te gusta que te haga (sin quitarle la vista de la cara pasó la lengua por su ombligo mientras con los dedos jugueteaba con sus pezones).
V: Todo... Quiero que me hagas todo (musitó, retorciéndose por el calor que surgía en su interior al tiempo que contenía las palabras de amor que no se atrevía a pronunciar). 
Jamás habría un hombre que pudiera satisfacerla como Marcos, y ese conocimiento resultaba esperanzador.  Marcos con su boca y manos la elevaban más y más hacia lo que imaginaba el cielo, y le era muy difícil mantener la declaración de amor en su cabeza.

De repente todos sus pensamientos frágiles quedaron a flor de piel y su cuerpo se dobló en éxtasis cuando sus dedos atravesaron los rizos íntimos y el pulgar comenzó una caricia interior.  Durante un indeterminado tiempo delicioso la felicidad era el motor que la que la empujaba fue todo lo que anheló en su vida...  pero al instante dejó de serlo. 
V: ¡Marcos! (exclamó).  ¡Detente! ¡Detente ahora!
La urgencia que notó en su voz le detuvo el corazón y la mano incluso antes de que ella le aferrara la muñeca.  Sintió un nudo de pánico en la garganta y una contracción de miedo y remordimiento en las entrañas.
M: Cariño, ¿qué pasa? ¿Te he hecho daño...?
Ella sacudió la cabeza con energía y lo subió hasta poder tomar posesión de su boca.  El fervor de sus besos breves y hambrientos eliminó cualquier ansiedad que pudiera haber creado la idea de que le había hecho daño; también lo enloqueció.
M: Ah, Victoria...  Cielos, cariño, no me asustes de esa manera.  Pensé que te había hecho daño o algo que no te gustaba.
V: Marcos...  Amo todo lo que me haces.  Pero en esta ocasión quiero que llegues conmigo.  En mí.  Ahora.
La emotividad de sus palabras y la sensación de su mano cerrándose en torno a él lo empujaron al borde del abismo; de hecho, su último pensamiento semiconsciente, mientras Victoria le colocaba con destreza un preservativo, fue cómo demonios podía ella mantener el sentido común en un momento como ese.  Lo único que su mente o su cuerpo podían procesar era la devastadora necesidad de poseerla.

La cabeza mojada de ella descansaba en el hueco del cuello también sudoroso de él; tenían las piernas entrelazadas y en la habitación débilmente iluminada ambos respiraban de forma entrecortada.
V: Marcos...
M: Hmm
V: Es probable que esto te suene trivial e ingenuo especialmente porque la vez anterior que hicimos el amor no te lo mencioné, pero quiero que sepas...  (Nerviosa, pasó sus dedos por el húmedo pecho de Marcos).  Que quiero que sepas que hacer el amor contigo es mejor que lo que nunca ha sido es mejor que como lo que imaginaba.
Sintió que se ponía rígida ante el sonido de su risa; antes de que el pudor o la indignación la hicieran saltar de la cama, la abrazó con más fuerza.
M: No me río de ti, cariño.  Tienes razón; fue muy bueno, estuvo de diez.
V: Vaya (dijo ella).  Imagino que tendré que inclinarme ante tu conocimiento y experiencia superiores sobre lo que está bien en el dormitorio, pero, cielos, si esto es sólo bueno...  ¡necesito salir más!
M: ¡Claro que no! (la inmovilizó debajo de él).  Creo que debo advertirte de que espero que la madre de mi hijo siga ciertas normas.
V: ¿Oh? (la diversión en sus ojos se desvaneció).  Bueno, aún falta saber si es que estoy embarazada.
M: De todos modos, ni se te ocurra creer que podrás irte de esta cama pronto, y menos aún “salir más”.  Reconozco que al decir que había sido bueno quizá subestimé las cosas un poco...  (Sonrió).  Pero como tengo el resto de la noche libre, si estás interesada tal vez podríamos repetir el ejercicio y así podré actualizar mi anterior evaluación.
V: ¿El resto de la noche? ¿No vas a ir a casa?
M: No pensaba... (Frunció el ceño).  ¿Por qué? ¿Quieres que me vaya?
V: No, claro que no (se apresuró a decir).  Lo que pasa es que siempre has dejado claro que tu regla era no pasar la noche jamás con una amante, aunque la estuvieras viendo a menudo.
M: Te lo dije antes, Victoria; estoy cambiando de parecer en muchas cosas...
Continuará….

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